martes, 13 de octubre de 2009

Manual para jefes, el economista.es

ARTICULO DE EL ECONOMISTA.ES.

Manual para jefes: visión de un periodista
Carlos Salas

Mi primer cometido como jefe de un periódico consistió en traer un perchero. Parece una tontería, pero si las cosas más sencillas no se resuelven, el equipo pensará que su jefe no le hace caso.

Es increíble la cantidad de detalles que pueden entorpecer el trabajo de un grupo de personas en una oficina. La falta de un simple perchero para colgar los abrigos, o el hecho de que haya un televisor en un departamento y en otro no, se convierte en un inquietante malestar.

Lo digo porque mi primer cometido como jefe en un periódico consistió en traer un perchero e instalar un televisor en mi departamento. Parece una tontería, pero si las cosas más sencillas no se resuelven, el equipo se pregunta qué pasará con las más peliagudas. El equipo pensará que su jefe no les hará caso, no escuchará sus peticiones.

Y eso es precisamente lo que debe hacer todo jefe: escuchar a su gente y poner en marcha las ideas, arreglar los desperfectos, mejorar el sistema de trabajo y hasta procurar que el aparato de aire acondicionado funcione correctamente en verano.

Una estancia agradable
Gestionar un grupo humano requiere ocuparse de esa clase de detalles y de muchos más, es decir, hacer la estancia en la oficina lo más agradable posible pues ese tipo de cuestiones se pueden resolver.

Lo que ya es más difícil de resolver son otras cuestiones como el salario (todos queremos ganar más), los roces (inevitables pues Dios nos creó diferentes), las broncas (alguna vez nos teníamos que equivocar) y sobre todo, los problemas personales que arrastra cada vida humana en este mundo, y que afectan tanto a nuestro comportamiento, que ocasionan una profunda caída del rendimiento personal.

Cuidar estos detalles no sólo es un deber humano sino que tiene una gran compensación: fomenta las relaciones de grupo y afianza la fidelidad. Y, desde el punto de vista puramente empresarial, es incluso rentable porque la gratitud se convierte en productividad y esfuerzo.

¿Qué es liderar un equipo?
Saber llevar a un grupo humano es una de las habilidades más cotizadas de nuestro mundo. Poner orden, tomar decisiones, procurar que todo fluya como la sangre en un cuerpo sano, presionar a los redactores para que todo salga a tiempo, estimular al equipo para que vaya a la caza de exclusivas con entusiasmo.

Un jefe impone un método racional y eficaz de organización del trabajo, y cuando falta esa condición, se crea un aborrecible clima de ansiedad: se producen choques y encontronazos, o bien, eczemas en la piel, desmayos y hasta enfermedades psicológicas que merman la capacidad creativa y la productividad de los equipos humanos.

Creo que la salida a este callejón, como cualquier cabeza con dos dedos de frente vislumbra, recorre un camino que va de la cúspide a la base. Los directores tienen que ofrecer a sus subordinados herramientas y facilidades, además de disposición personal, para que ese remolino humano se transforme en una maquinaria engrasada de gran eficacia. Es decir, que las órdenes muestren respeto por el trabajo humano.

Grandes ideas... ¿órdenes estúpidas?
Cuando no se conocen bien las habilidades de un equipo para cumplir su tarea en un tiempo limitado, las “grandes ideas” se convierten en órdenes estúpidas. Como jefe intermedio, he sido víctima de esa clase de ocurrencias absurdas que, al ser transmitidas a la tropa, producen desconcierto, y he llegado a la conclusión de que todo procede de la ignorancia.

Los jefes que no conocen perfectamente la carga de trabajo y los problemas de sus soldados, acaban por crear un estado de enfado permanente. Teóricamente, el periodismo debería ser uno de los trabajos más satisfactorios del mundo, pero cuando uno habla con un periodista tiene la impresión de estar escuchando a Tántalo: no disfruta con su quehacer; está hastiado, cansado y nervioso. Interiormente desgarrado.

El recuerdo del buen jefe
Eso explica que uno recuerde con tanto cariño a sus jefes ejemplares, y tenga el corazón lleno de espinas cuando acude a la memoria la imagen de los jefes que nunca debieron serlo. Conozco casos de equipos compactos y solidarios que han sido hechos trizas y desmembrados a causa de una persona que no supo organizarlo, una persona desconfiada, neurótica y cruel.

Está claro: la asignación de ese puesto a una persona torpe fue un error de proporciones inmensas que trajo consecuencias incurables. Fue un error “de los de arriba”, por supuesto, y en vez de eliminarlo rápidamente como se elimina una pieza defectuosa en una fábrica de coches, se persistió hasta el final, varios años incluso. Fue como inocular un virus en un cuerpo sano. Al cabo del tiempo, aquel equipo extraordinario cayó enfermo y se extinguió.

No fue una cuestión mecánica lo que falló en ese caso, sino una cuestión humana. Los roces personales son el principal problema que afrontan las empresas de cualquier tipo: la incomprensión, el recelo, la desconfianza, las puyas, las zancadillas, la falta de solidaridad, la maldad humana y la incompetencia.

Los manuales del “buen jefe” escritos por especialistas dicen que un líder se destaca porque “une al equipo”. No estoy de acuerdo. Un líder trata de no desintegrarlo. Los equipos están formados por personas diferentes, cada una con sus manías, y la tendencia natural es la desunión.

Olvidar los defectos
A veces, uno piensa que sólo les mantiene unidos el hecho de que todos cobran su salario a fin de mes. Pero la convivencia humana está basada en pasar por alto los defectos de tu pareja, de tus amigos y de tus compañeros de trabajo, para hacer algo provechoso. Si nos pasáramos todo el día sacando a relucir los defectos de los demás, no habría sociedades, ni familias, ni tribus.

Por eso, un buen jefe es aquel que sabe trabajar incluso con la gente que le cae mal, y con aquellos a los que cae mal; aminora el efecto perverso de las intrigas, y promueve la colaboración. Los grupos humanos no están formados por personas con la misma capacidad de trabajo, inteligencia, imaginación ni resistencia. Pero cada miembro debe aportar lo mejor de sí mismo.

Una persona, un manual de jefe
Pienso que nos pasamos la mayor parte de nuestras vidas en el puesto de trabajo, tratando a compañeros que son como nuestra familia, y no hay nada más edificante que un jefe que se encarga de mantener eso que definimos como "buen ambiente".

A pesar de la importancia de conocer estas reglas de mando, no tengo conocimiento de que en las Facultades de Periodismo exista alguna materia relacionada con la jefatura. Parece como si para el resto de su existencia, los recién licenciados estuvieran predestinados a ser soldados rasos. Pero está claro que en un momento de su vida alguien se fijará en ellos y decidirá darles "la patada hacia arriba". Y como no existe un manual de jefe, tendrán que escribirlo ellos solitos con la pluma de la experiencia y el tintero del instinto.

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