sábado, 8 de septiembre de 2012

El valor de la confianza o el efecto Pigmalión

A nadie se le escapa la importancia de la confianza en todas las relaciones que tenemos a diario, sólo que a veces no somos del todo conscientes de ello. Queremos confianza cuando compramos un producto en una tienda, también cuando contamos un problema a un amigo y cuando tenemos una reunión de trabajo. Esta necesidad de confianza puede tener un tremendo impacto en el ámbito laboral para bien o para mal dependiendo de si existe o no mutua confianza. Numerosos estudios han demostrado la veracidad de las profecías de autocumplimiento, es decir, dependiendo de las expectativas que tengamos sobre una persona, éstas tienden a cumplirse. ¿Por qué? Porque estamos transmitiendo a esta persona de lo que le creemos capaz y ella se va a valorar y a esforzar conforme a las expectativas que ve creadas en los demás. El escultor mítico griego Pigmalión creó a su ideal de mujer en forma de estatua y tanto trataba a su Galatea como si fuera un mujer real que la estatua terminó cobrando vida. Si tu jefe cree que no vales para nada y no confía en t,i ni en tus resultados, tú interiorizarás estas expectativas y, muy probablemente de modo inconsciente, desarrollarás tu trabajo según las mismas, obteniendo resultados muy pobres. En cambio si tu jefe confía en ti, te transmite “tú sí que vales”, actuarás movido por ese impulso y obtendrás mejores resultados. Esto es aplicable también a las relaciones familiares. Cuantas historias habremos oído de hijos minusvalorados por sus padres que fracasan continuamente en todo lo que intentan mientras que otros que son apoyados sin fisuras obtienen brillantes resultados. ¿Por qué aún hay jefes/padres que no se dan cuenta de esto? Decirle a un hijo: “Eres un vago, nunca llegarás a ser nadie” es la mejor manera de que tu hijo tire la toalla y, efectivamente, no llegue a nada. Decirle a un empleado: “No tienes ni idea de cómo hacer tu trabajo” es el camino para que el trabajo no se haga bien. En “Pigmalión”, de George Bernard Shaw, Eliza Doolitle dice: “…la diferencia entre una dama y una florista no es cómo se comporte, sino cómo es tratada.(…) yo sé que para usted puedo ser una dama porque siempre me trata como una dama y siempre lo hará

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